Hugo Ayarde: el “hasta siempre” a un botánico que dejó huellas en la FML
Hugo Ayarde: el “hasta siempre” a un botánico que dejó huellas en la FML
La partida del investigador lilloano conmovió a la comunidad científica. Un hombre apasionado y amante de su profesión que, con austeridad y humildad, supo transmitir conocimiento y dejar una impronta no sólo en la Fundación sino también en el mundo de la ciencia. Compartimos las reflexiones de algunos de sus compañeros y compañeras quienes, pese al dolor, deciden honrarlo y resaltar su grandeza como ser humano y como científico.
Por Eva del Valle Bulacio (*)
“Qué difícil me resulta hacer una semblanza sobre vos, Hugo… no porque no sepa qué decir sino porque tu pronta partida me sorprende día a día.
Fuiste un incansable caminante, eso nadie lo duda. Tu amor por la naturaleza te llevó a surcar los caminos más diversos… qué digo caminos: sendas apenas visibles por el “monte” -como le llamaban al bosque los lugareños- o por las montañas con el precipicio cerquita -siempre repetías “no debemos estudiar la vegetación solo desde un vehículo al borde de la ruta”-.
Tuve la suerte de emprender numerosos viajes junto a vos y conocer rápidamente las bondades de los diferentes ambientes. Yo -conocedora del nombre de las plantas- aprendí sobre el ecosistema y vos empezaste a tener presentes los diferentes grupos de plantas y sus nombres; hicimos el equipo perfecto, tan es así que en esta nueva etapa quisiste pertenecer al Instituto de Taxonomía.
Muchos proyectos, aún en marcha, nos unieron. Ellos nos llevaron a recorrer los diversos ambientes, principalmente de alta montaña y fue allí donde encontramos novedades que dimos a conocer en diferentes artículos y otras que aún tengo la misión de publicar. Recorrimos sendas con lluvia, granizo, nieve y sol, entre risas y cantos de música andina como a vos te gustaba.
Mes a mes subíamos al cerro en Jujuy -mochila en la espalda y un buen bastón de aliso del cerro- a tomar mediciones de agua y neblina; no importaba el tiempo: había que hacerlo. Colectábamos todo lo que se interponía en nuestro camino. Así redescubriste el Tropaeolum que después de 50 años pudo ser recolectado nuevamente, las Dioscoreas con su estructura tan llamativa que merecían ser estudiadas, las Begonias que nos sorprendían en alta montaña, o las Iridaceas tan llamativas en las mesadas. De todos estos grupos de plantas te encargaste de llevar información, no te guardaste nada y hoy son fuente de estudio de varios botánicos.
Fuiste el más consultado, sin dudas, desde diferentes puntos del país o de más allá, sobre árboles nativos o sobre agua y neblina. Viviste de manera austera luchando por la injusticia, enarbolando la Whiphala aquella que marcaba tus orígenes y te llenaba de orgullo. Hoy estoy segura que trascendiste, porque los que tuvimos la suerte de interactuar con vos, te vamos a extrañar. Y sin dudas -como siempre repetías -dejaste huellas”.
(*) Directora de la Dirección de Botánica de la Fundación Miguel Lillo.
Por Gustavo Scrocchi (*)
“Hugo fue un excelente investigador, minucioso al extremo; revisaba y chequeaba los datos, tomaba notas prolijas, y al momento de escribir los resultados se preocupaba de que todo quedara claro y de usar los términos en forma adecuada para que transmitieran exactamente lo que quería. Al mismo tiempo, sentía la obligación de llevar el conocimiento fuera de los círculos científicos y por ello fue uno de los que más festejó la idea de hacer una serie de publicaciones de divulgación y uno de los autores más prolíficos de la misma.
Seguramente me faltará el referente a quien buscaba cuando quería conocer sobre alguna planta o sobre temas ambientales o fitogeografía o tantos otros temas “serios”. Pero de quien realmente sentiré la falta es de mi amigo salteño tucumanizado e hincha de San Martín, preocupado por los problemas de los que menos tienen y de la falta de respuesta de nuestra sociedad, que a pesar de sus logros académicos no se olvidaba de dónde venía y renegaba de nuestros colegas “académicos” y “estirados”.
Nos conocimos hace más de 25 años, cuando en Tariquía empecé a descubrir su alegría por trabajar en el campo, su increíble fortaleza para caminar, subir cerros y sus ganas de siempre ir un poco más allá “porque se ve algo diferente en aquella zona”. Aprendí que era terriblemente cabezadura pero al mismo tiempo, totalmente consecuente con sus ideas sobre la vida, la sociedad y la ciencia. Después coincidimos en muchos proyectos y las anécdotas de esos viajes se sumaron a las muchas que él tenía de su niñez y juventud y que le encantaba contar en las reuniones después de cenar o antes de salir al trabajo de campo. ¡No sé cuántas veces contamos la historia de Don Pedro y de la caminata de casi 40 kilómetros!, de la llajwa que hizo en Andalgalá con los ajíes que habíamos juntado mientras él tomaba notas de la vegetación y yo hacía tiempo entre transectas para censar lagartijas, o de aquella vez que nos juntamos con Federico Vervoorst para preguntarle sobre el monte y Federico terminó retándolo por temas que no tenían nada que ver con lo que estábamos charlando…
Hugo nos dejó y desde el día en que me enteré siempre pienso cómo será andar por el jardín del Lillo y no encontrarme con él y su clásico saludo de ‘¡Eh chango!, ¿cómo andás?’”.
(*) Investigador de la Sección Herpetología del Instituto de Vertebrados de la Fundación Miguel Lillo.
Por Juan Antonio González (*)
“Hugo fue realmente un ejemplo de inteligencia y tenacidad. De orígenes humildes pero rico en sabiduría. Pensativo, laborioso con las manos como pocos; a veces estallaba ante las injusticias y entonces repetía ‘hay que divulgar los derechos hasta vulgarizarlos’.
Ante los retos que le imponía su especialidad (dinámica hídrica en selvas y el estudio de especies vegetales en ese mismo ambiente), no flaqueaba. Y ese fue su sello: la tenacidad ante lo que se proponía. Así ideó, armó e instaló los captadores de niebla circulares (para la medición precisa de la lluvia horizontal), que fueron llevados en sus hombros, abriéndose paso entre los árboles y lianas de la selva que tanto disfrutaba. Estos captadores, instalados en diferentes lugares -dentro y fuera de la provincia- unidos a pluviógrafos y dataloggers, permitieron corregir muchas mediciones en dinámica hídrica.
Una de sus últimas contribuciones (“El camino del agua en Tucumán. Agua y montañas. Precipitaciones y dinámica hídrica, 2020) muestra su pasión por entender la dinámica del agua como elemento estratégico de desarrollo. Fue su gran contribución y recibió muchos elogios por ese desarrollo, aunque creo –dada su personalidad- que ni siquiera los registraba. Pero no se quedó ahí: correlacionó lo que encontró con las poblaciones de plantas que habitaban esos lugares con una minuciosidad que casi sólo él poseía. Otro capítulo (Recursos Florísticos, 2017) en otro libro, muestra la rigurosidad y las aplicaciones que se derivan del conocimiento de nuestra flora. Cada trabajo publicado era un verdadero hallazgo pues no toleraba las “medias tintas” ni las copias de lo ya existente.
Austero, alejado de las grandes aglomeraciones, amaba tanto el “silencio” de la selva como las conversaciones inteligentes o las tecnologías de los antiguos pobladores de América. Sin duda, un hombre apasionado por la vida natural que, ante una planta, en un lugar no pensado y hasta inhóspito, siempre repetía “la vida se abre paso por doquier”. Fue un ejemplo de vida sencilla pero fructífera. Pero un día decidió partir. Sin duda estará sonriendo, quizá sentado en una nube a punto de precipitarse a ‘su selva’ o bajo un árbol imaginando los flujos eternos de agua entre el cielo y la Tierra. Ahora ya descansa en paz y su legado sin duda sirve y servirá a muchos”.
(*) Investigador del Instituto de Ecología, Comportamiento y Conservación de la Fundación Miguel Lillo.
Por Mariana Valoy (*)
Sé por dónde vas pasando...
No adivino si vas o si vuelves del cerro
pero veo que rozas las hojas casi agachado,
acaricias las texturas de los limbos como saludándolos,
mientras deslizas tus manos por los matos descascarados.
Sé que por ahí vas pasando...
Vas silbando fuerte como acompañando el paso,
parece que vuelves de la montaña con tesoros encuadernados.
Sé también que sigues las almitas de las semillas,
ésas que alimentaron a las polillas...
Sé que vas entre laureles por un sendero de lianas
y entre tu respeto y la montaña, confías que duendes protectores
te indican la fresca cascada.
Sé que te vas a las quebradas,
te esconderás ahí silencioso
como te dijo un día el sabio baqueano,
por eso sabremos a dónde buscarte...
ahí, en la cortina corrida de tus neblinas.
Sí, sé por dónde vas pasando...
Y ahora más que nunca,
sé que estás regresando.
(*) Directora del Instituto de Ecología, Comportamiento y Conservación de la Fundación Miguel Lillo.