Día del medio ambiente: los días después…
Día del medio ambiente: los días después…
A finales de los 80, cuando yo cursaba mis años de facultad, era notable el auge de la educación ambiental en escuelas y colegios de la educación primaria y secundaria y, por extensión, en las primeras aulas universitarias. Programas en radio y televisión, espacios abiertos de la ciudad y patios de escuelas eran la tribuna desde donde entusiastas estudiantes y comprometidas docentes, con creativas actividades, nos alertaban, alertaban a la sociedad toda sobre los daños que nuestro desaprensivo accionar provocaba a la “esfera azul”, a nuestra “casa grande”, como idílica y hasta inocentemente denominábamos al planeta Tierra. Este pujante y generalizado despertar de conciencia social juvenil auguraba un inmejorable porvenir ambiental en los tiempos venideros, por lo menos eso pensé…
Sin embargo, hoy, a más de 30 años de aquellos tiempos, con los niños de entonces probablemente convertidos en padres o madres de familia -y seguro en activos actores sociales- y aquellos universitarios ya con responsabilidades ejecutivas de relevancia y decisiones de impacto real -lejos de aquellas simbólicas que imponía la precoz militancia ambiental-, los problemas no sólo se mantienen sino que son mucho más acuciantes que en aquel entonces. Entonces surgen, inevitables, preguntas que nos interpelan: ¿Qué pasó? ¿En qué fallamos? ¿Por qué aquellas enseñanzas gritadas a los cuatro vientos no nos acompañaron en nuestro crecimiento?
Y así, con el devenir del tiempo, invariablemente cada mediados de año parece producirse un generalizado florecimiento de conciencia ambiental en nuestro medio. En este mágico despertar junino vemos funcionarios de turno pontificar, con frases seguramente memorizadas para la ocasión, sobre el cuidado ambiental que “hay que tener”; instituciones varias que asumen la obligación de decir o hacer algo alusivo y nos inundan con frases repetidas año a año; estudiantados que ante las consabidas nuevas viejas consignas de sus docentes se juramentan, una vez más, arremeter para los cambios y, claro, ¡también nosotros!
Pero este rapto de conciencia parece desaparecer junto con la luz del día hasta que la esfera azul transcurra una vuelta más en su derrotero circunsolar y nos amanezca un nuevo “día del medio ambiente” y con él de nuevo el rito de cada 5 de junio. Y esta temporalidad así transmitida se replica en cada uno de los rincones de la sociedad y lo que debería ser un pensamiento diario y un accionar cotidiano se transforma en una fecha más en el almanaque de las conmemoraciones.
Entonces, pienso -y no soy para nada original en ello-, el día del medio ambiente no debería ser sólo una fecha en el calendario sino el punto de partida y el de llegada de una conciencia ambiental de “tiempo completo”. Claro que esto implica cambios de base en nuestro comportamiento, en nuestra percepción de lo que nos rodea, en definitiva un reposicionamiento ante la vida. Dar este gran salto seguro que significará pérdida de comodidades cotidianas y demandará esfuerzos que tal vez no podamos exhibir en nuestros urgentes curriculums personales. Será trasponer simbolismos para llegar a la acción real, ir más allá -por dar un par de ejemplos- de avalar la loable solidaria junta de tapitas o el uso de la bolsa de tela del supermercado que acalla nuestra conciencia o el ingenio puesto en encontrarle usos secundarios a materiales envoltorios que satisfacen nuestras comodidades. En fin, sería empezar a renunciar a las excusas tan a flor de nuestras justificaciones y comenzar a aplicar lo que sobradamente sabemos por nuestro oficio o por lo vivenciado a lo largo de nuestra formación.
Y claro que todo cambio puede ser posible y vale el ejemplo. El problema que hoy atraviesa al mundo puso al desnudo la endeblez de uno de los actores principales de esta encrucijada ambiental: el consumismo. Nos hizo ver que muchos -sino la mayoría- podemos vivir sin sobresaltos con mucho menos de lo normalmente consumido, con menos de lo gastado para satisfacer nuestras, muchas veces, impuestas necesidades. Y también nos muestra palmariamente cuánto se resquebraja una economía sólo basada en ello. Entonces ¡qué inmejorable oportunidad para cuestionarlo seriamente con ejemplos a la vista! ¡Qué oportunidad para hacernos cargo de una vez por todas!
Y ¿cómo hacemos? Seguramente habrá muchas maneras y cada quien encontrará la suya pero seguro coincidiremos en que lo primero es incorporarlo y naturalizarlo en nuestra cotidianeidad, creérnoslo para luego contagiarlo en el medio en el que nos toque relacionarnos, ya sea con nuestro entorno familiar y de amistades, ya sea con nuestros vecinos, ya sea con nuestra sociedad. Quizá los efectos no sean visibles al principio -ni nunca lo sean- pero como escuché por ahí alguna vez: no importa cuán largo sea el camino, siempre se empieza por el primer paso. ¡Que así sea!
Hugo Ayarde
Instituto de Ecología
Día del medio ambiente: los días después…